Mantener el contacto.
Instrucciones para un salto al vacío. (2017)
Abel Jaramillo
La postura
Una continua rotación de los hombros. Sacudir los brazos. La tensión previa al movimiento.
Todas las imágenes se mueven alrededor, configurando un entramado, una retícula compartida; y
todas nos atraviesan. Una selección minuciosa de cuerpos en contacto, incluso en la distancia,
mantenemos el contacto. Y se encadenan una serie de gestos: brazos arriba, piernas rectas, pies
juntos. Todos esos movimientos nos pertenecen. También los ajenos, también los involuntarios.
Hemos construido una coreografía improvisada, que inserta todos los gestos que nos recorren,
que desborda nuestros ensayados movimientos. La vista al frente mientras todo se difumina,
mientras intuyes formas que devienen satélites. Y nosotros ahí, junto a todos los gestos posibles,
manteniendo el contacto, como si tuviéramos que compartir espacio en un invernadero. Colocar el
cuerpo y confrontarlo con el vacío. Hay un abismo bajo los pies y aún así, se intuye el salto.
Respira.
Hay una línea recta que sube desde los pies a la altura de la cintura, otra que continúa
desde ahí hasta el cuello. Fugas. No hay tantas líneas para contener tantos gestos. Un conjunto
de figuras geométricas se deslizan y realizan recorridos de forma acompasada. Se mueven en
todas direcciones. Y debajo hay un cuerpo. Todo avanza al mismo tiempo, todo está conectado:
los gestos, las líneas, las figuras, los cuerpos. Se aproxima el borde de la superficie y se deja ver
una inmensidad líquida que espera nuestra caída.
El salto
Doblar ligeramente las rodillas, mantener la tensión y arrojar el cuerpo. Es un instante.
Escasos segundos que generan una acción. Un espacio intermedio, atrapado entre aquello que
preparaba el suceso, el ensayo y la proyección del momento. Se aproxima
el salto.
El cuerpo se desprende de la superficie mientras nos acercamos vertiginosamente al final
del trayecto. Hay un espacio de escasos centímetros entre los pies y el lugar donde se sostenían.
Un espacio que evita el contacto. O que lo mantiene en la distancia. Breve tensión de un cuerpo
que gravita, que gira, que se mueve sin punto de apoyo. Un fluido que se aproxima a un fluido. Un
torrente de aire continuo, como salido de un ventilador, nos sacude el rostro durante el trayecto.
Hemos dejado cosas atrás para aligerar peso, para encontrar otras mientras nos precipitamos al
vacío. Encontrar flujos que danzan muy cerca, imágenes que hemos visto antes y que volveremos
a ver. Y todo ello se mezcla durante la caída. Todas esas imágenes son compartidas, son
arrojadas al vacío a diario, como un gesto cotidiano. Y te atraviesan en el camino. Mientras,
mantenemos la posición para no perder el equilibrio, para recibir el choque de manera frontal.
Hemos improvisado gestos, pero la posición siempre fue la misma: ingravidez corporal, un
desprendimiento, salir del cuerpo y ocupar otros, una apropiación, una coreografía robada.
La caída
El impacto de un cuerpo que choca con un fluido. Con aquello que es líquido, que empapa
la piel. Todas las capas posibles de una piel permeable y flexible. Es un vacío que moja. Podemos
volver a saltar o podemos volver al momento previo al salto. También podemos volver a ver cómo
se ha realizado el trayecto, detenernos en cada gesto, en cada posición corporal y proponer una
nueva coreografía desde nuestras pantallas. El cuerpo registrado que vuelve a moverse una y otra
vez. Hasta ponerlo en pausa.
Podemos insertar este cuerpo junto a otros que realizan trayectos, que se precipitan, que
se desprenden de una superficie, que son empujados a una masa líquida. Cuerpos que
coreografían la historia, longitudes de lenguaje. Cuerpos que se enfrentan a la historia, que la
desafían. Cuerpos a contracorriente. Que saltan sin esperar que haya nada para recibirles.
La acción ha terminado y nos queda el rastro, el registro. El movimiento continuo. Otros
gestos que están por venir. Todo lo que cabe en un salto.