DAR CUENTA / DARSE CUENTA (2018)
Isabel de Naverán
Percibimos constantemente mensajes e imágenes que hablan de cuerpos. En nuestras redes de comunicación actual, asistimos expectantes a un montaje vertiginoso que superpone y entrelaza cuerpos presentes con cuerpos ausentes.
Ausentes, como el de Carrie Fisher, que interpretó a la princesa Leia en la saga de La Guerra de las Galaxias, y que falleció en extrañas circunstancias cuando regresaba a Los Angeles. Al parecer, la actriz cayó dormida en un sueño profundo mientras su avión sobrevolaba el manto azul del océano Atlántico. Meryl Streep revivió su recuerdo al citarla durante la entrega de los Globos de Oro, el 8 de enero de 2017, en una frase que se hizo viral: “Take your broken heart, and make it into art” (coge tu corazón roto y transfórmalo en arte). Pero estas palabras no remitían únicamente a su amiga desaparecida, sino que aludían a la ausencia de otros cuerpos, aquellos que nunca terminan de hacerse presentes, los que no se escuchan ni se ven.
¿Cómo percibir el cuerpo del otro? ¿Cómo combatir la inmunidad y el aislamiento producidos por la impotencia que a menudo experimentamos cuando, sentadas frente a la pantalla del ordenador, vemos sucederse en cascada una imagen tras otra, sin una conexión simbólica o sensitiva aparente, en una reducción del mundo a noticia? Quienes son sometidos a una exclusión social, aquellos a quienes se les niega la posibilidad de elegir una nueva forma de vida, parecen no tener cabida en los relatos épicos, heroicos, de la historia contemporánea.
Están ausentes.
Sin embargo tienen cuerpos y éstos habitan situaciones específicas, tangibles, descriptibles. Existen imágenes, fotografías que congelan y desbordan nuestra capacidad sensible, que nos impiden generar una experiencia compartida. Una experiencia entendida como la elaboración de una situación. Las experiencias no son en sí las vivencias o percepciones del mundo, sino su transformación en una narración capaz de significar, capaz de insertarse social y políticamente en la historia.
Así al menos lo expuso Walter Benjamin, quien defendía que la experiencia es plural y compartida, y que genera intersubjetividad. Su crítica al empobrecimiento de la experiencia venía de la constatación de la incapacidad del sujeto para narrar sus vivencias. Según él, es en la narración donde se configura la experiencia. A principios del siglo pasado advirtió sobre el aislamiento insensible al que conllevaría el aumento de información y, como contrapartida, el descenso de narración. El principal medio de entonces, la prensa, al servicio del capitalismo burgués, gestaría una nueva forma de comunicación que sustituiría la narrativa oral.
“Esta nueva forma de comunicación es la información”
Cuando él distingue entre narración e información, lo hace para diferenciar entre un modo de contar basado en la experiencia y elaborado en forma de texto oral transmisible, articulado, compartido, frente a la mera información que, sin articular, prescinde por completo de corporalidad. “La información nos asegura poder examinarla de inmediato. Por eso se presenta en una forma que sea perfectamente comprensible”. Encarnar otros modos de observar puede ser una forma de resistir al aislamiento y de intervenir colectivamente en la configuración de una nueva percepción, esta vez activa, responsable.
Hacer presente lo imperceptible es revisar el modo en que la historia de los hechos se escribe.
Dar cuenta de la materialidad de los cuerpos es reivindicar su existencia específica, su singularidad.
Poner la atención sobre cómo nos relacionamos supone un ejercicio de edición y de montaje sobre el relato editado y post-producido de la realidad.
El mensaje de Meryl Streep, que los asistentes a la ceremonia escucharon de cuerpo presente, como promesa de año nuevo, llega a nuestra realidad actual como una cacofonía. Reproducida constantemente en el corta y pega de las pantallas, la voz de la actriz se aparece como un espectro, un fino hilo que se cuela entre el resto de los mensajes y noticias diarias. Entre todos esos impulsos, mensajes, imágenes y sonidos, las cosas que hacer, las tareas por realizar hoy, nuestro cuerpo, sentado en esta silla, cobra mayor gravedad a medida que el montaje avanza. Su presencia se hace cada vez más consciente, sus dolores, su incapacidad por contarlo.
La frase, convertida ahora en un eslogan, dice coge y transforma. Dice: vive y elabora. El poder de la frase está en su acción, en sus verbos: coger algo que se vive de manera individual y transformarlo, convertirlo en otra cosa, es decir, contarlo, narrarlo, compartirlo. Solo así puede ser insertado en la historia, solo así el sujeto individual se convierte en sujeto colectivo.
Narrar es contar. Contar es darse cuenta, pero también es dar cuenta. Es desvelar el modo en que se nos presenta la realidad. Y hacerlo disponiendo una situación viva que se despliega en el tiempo, que reúne cuerpos y vivencias para transformarlas en experiencias, que traduce hechos específicos en ejercicios corporales, para de ellos extraer posiciones, que serán tomadas, necesariamente, sensiblemente.
1 Todas las reflexiones referidas a Walter Benjamin están elaboradas a partir de la lectura de su ensayo “El narrador” (1936) Traducción española de Jorge Navarro Pérez en Obras II, pp. 41-67, Madrid, Abada (2009).
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